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El comienzo

  • David J. Fernández
  • 3 sept 2017
  • 6 Min. de lectura

La ruta de regreso a España desde Tokyo de la compañía Iberia en aquel entonces era desde el aeropuerto de Narita a Anchorage (Alaska), donde hacíamos una escala de unas tres horas y partíamos después hacia Madrid. Sin embargo desde España a Tokyo la escala era diferente, ya que desde Madrid partíamos rumbo a Bombai (India) y desde allí hacia Tokyo. La travesía de Alaska era una de mis favoritas y me llamaba mucho la atención porque pasábamos horas y horas sobrevolando las gélidas aguas del Océano Glaciar Ártico y otras tantas para sobrevolar Groenlandia, una isla enrome ubicada entre el Atlántico y el Océano Glaciar Ártico con casi el 80% cubierto por una placa de hielo perfectamente visible a 38.000 pies de altitud al no existir nubes por la carencia de vapor y condensación de agua. Era como una gigantesca lengua blanca cegadora con el reflejo del sol, donde era inevitable pensar que si por algún motivo hubiese algún problema en el Boeing 747 en el que volábamos, si consiguiésemos aterrizar ahí, dudaba mucho que pudiésemos sobrevivir. Ya desde muy pequeño una de mis pasiones era la de volar... y creo que los repetidos vuelos transoceánicos durante mi infancia y adolescencia potenciaron mis ganas de ser piloto, cualidad de la que actualmente puedo disfrutar y puedo gozar de volar a mi antojo (el que no ame la aviación, jamás podrá entenderme).

Pues como decía, llegando al aeropuerto de Anchorage recuerdo que mi padre planificó en apenas diez minutos con mi madre, unas minivacaciones en algún pueblo de Mallorca antes de incorporarnos a la vida cotidiana en España. Querían un lugar que no fuese nuestra propia casa para evitar repentinas llamadas telefónicas de tipo laboral y faxes (Internet se usaba poco) nada más pisar la isla. El lugar elegido fue S´illot, un pequeño pueblo situado a 65 kilómetros de Palma y en el Levante de la isla de Mallorca.

Cierro los ojos y lo recuerdo perfectamente: agosto, diez de la noche aproximadamente y casi treinta y cinco grados de calor que parecían cuarenta y cinco con el porcentaje de humedad relativa que tenemos aquí en Mallorca. Pero ya estábamos allí, en un precioso pueblo de mi bella isla, S´illot, un pueblo con unas impresionantes aguas cristalinas que nos ayudarían a "recargar energía" antes de adaptarnos a la rutina del día a día y sobre todo yo que en septiembre reanudaba mis estudios en San Cayetano, colegio donde he vivido unas de las mejores épocas de mi vida. ¡Ayyyyy! ¡Qué época la de estudiante!

Estábamos en el borde de una especie de pantalán hecho por la naturaleza cuya porción de tierra resistiendo el envite de las olas durante cientos de años, se adentraba en el Mar Mediterráneo. Aun puedo oír solo entornado los ojos un poco, el sonido del mar mezclado en la lejanía con una especie de miscelánea musical procedente de los bares turísticos a pocos metros de la orilla de la playa. Mi padre y yo, caña de pescar en mano y sin mediar palabra dada la concentración para colocar los cebos en los anzuelos aprovechando la poca luz reflejada en el mar de los animados bares repletos de turistas, intentábamos prepararlo todo para poder lanzar las cañas al mar y probar suerte. ¿Quien sabe si quizás pescásemos algún mabre o esparrall para cocinar al día siguiente. Mi madre, un poco aburrida de mirarnos ya que ella no iba mucho de pescar y menos a "tientas", nos propuso ir a buscar algunos bocadillos y bebidas para poder cenar ahí, al lado del mar mientras probábamos suerte con la pesca. Pues transcurrió un rato hasta el regreso de mi madre, que con una bolsa de pvc blanca en la mano derecha y una botella de litro y medio de agua en la mano izquierda, a medida que se acercaba a nosotros iba haciendo crujir la gravilla al pisar el terreno. Pude notar como mi madre iba aminorando el paso y sin necesidad de verle la cara, yo sabía lo que le estaba ocurriendo. Estaba estupefacta por lo que estaba sucediendo delante de ella y por lo tanto delante de mi padre y de mi propia persona. A poco más de cincuenta metros delante de nosotros... empezó a formarse una densa niebla destacándose en mitad del mar y de la oscuridad de la noche. Era un banco de niebla que más bien podría describir como una nube de vapor espeso muy turbulento de unos veinte metros de largo por unos diez de alto. La luz reflejada de los locales de la playa facilitaba el contacto visual con ese fenómeno extraño que pocos segundos tardó en dejarnos más boquiabiertos de lo que estábamos ya. Mi madre, mi padre y yo, como hipnotizados por el miedo o la curiosidad o la mezcla de ambos factores no mediamos palabra. Ni tan siquiera nos miramos a la cara porque no queríamos perder detalle de lo que allí estaba aconteciendo. De entre el banco de niebla estático en el mismo punto donde apareció, empezó a definirse una silueta cada vez más clara. Era una silueta alargada y ovalada que a medida que iba dejándose ver pudimos apreciar que era redonda. Su composición daba la sensación de ser metal oscuro mate y una característica muy singular es que estaba rodeada de cristales en todo su perímetro.

Recordaba a las ventanillas de los aviones comerciales y del mismo tamaño pero sin espacio entre ellas, estaban todos los cristales adosados hasta completar todo el perímetro del "artefacto" que además pivotaba muy lentamente sobre su propio eje central. ¿Y cómo sabes que pivotaba se preguntarán ustedes? Pues porque las luces de colores de todos los bares y pubs de la costa se reflejaban en dichos cristales (digo cristales porque el aspecto que tenían lo parecían pero no confirmo que fuesen de ese material).

Es curioso porque en este preciso instante, mientras lo escribo y lo recuerdo, en mi mente se ha "reconstruido" la secuencia de ese momento y me pone el bello de punta. Mis padres y yo seguimos sin mirarnos pero sé que no nos decíamos nada porque los tres estábamos completamente seguros de que todos estábamos viendo lo mismo. Dicho "aparato" siguió con su lento movimiento circular sobre su eje central imaginario durante aproximadamente quince segundos y de la misma manera que fue presentándose, fue desapareciendo en el denso banco de niebla que al mismo tiempo se disipaba. En cuestión de otros quince segundos más, ahí, delante de nosotros, a escasos cincuenta metros en línea recta desapareció. La niebla fue engullida como si en el mismísimo mar hubiese un sumidero o un agujero que se la tragase. Lentamente mis padres y yo nos miramos y como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, de repente empezamos a expresar alterados nuestras emociones como un grupo de "marujas" en tiempo de rebajas. No dábamos crédito a lo que habíamos visto. Intentamos cotejar lo que cada uno vio y era exactamente lo mismo. Buscamos hipótesis y hacíamos conjeturas habiendo olvidado ya las cañas de pescar, los bocadillos y el agua. Mi padre expuso que podría tratarse de un submarino pero al poco tiempo lo descartamos porque la profundidad del agua en el sitio del avistamiento era de unos escasos cuatro metros, era en la misma playa. Además ¿y la niebla? ¿Cómo aparece un banco de niebla y crece delante de ti de forma vaporosa recordando a los violentos borbotones de humo blanco y denso de las antiguas locomotoras de tren? ¿Cómo se puede crear un banco de niebla de unos veinte o treinta metros en unos quince segundos y disiparse en el mismo tiempo? ¿Cómo puede tener un submarino una forma lenticular?

Esa noche, tal era la emoción y el asombro que recogimos las cañas de pescar y estuvimos hasta casi las cuatro de la madrugada allí, comentando una y otra vez lo ocurrido y atentos y expectantes con la esperanza de que volviese a suceder lo mismo o cualquier otra cosa de la misma relevancia. Al día siguiente, yo casi sin haber dormido por la emoción y la extraña sensación satisfactoria de haber estado en contacto visual con algo que pudiera ser no terrestre. Enganché mis gafas de buceo y me dirigí al punto exacto del avistamiento en el mar después de hacer los cálculos pertinentes desde donde lo vimos. Una y otra vez me zambullí en busca de no sé qué, pero algo buscaba, un indicio, una prueba, un "algo" que me garantizase que "aquello" había estado ahí hacía tan solo unas horas. No hubo suerte. No encontré nada... bueno sí, encontré algo. Encontré una faceta en mi que hasta el momento nunca había visto. Encontré la faceta del investigador aunque de manera "amateur", pero que me haría replantearme de una manera muy distinta desde ese momento el cómo tratar las narraciones, casos y testimonios de muchas personas de las que seguramente una gran mayoría contarán casos fraudulentos, otra mayoría tendrán una explicación lógica a sus experiencias y quizás una pequeñísima minoría serán testigos de casos reales para los que no ha habido y posiblemente no haya explicación lógica ninguna por lo menos hasta el día de hoy. Mi profesión no es la de investigador del fenómeno OVNI o casos paranormales (tema que me infunde mucho respeto), ni nada tiene que ver con esto, pero si la fuese, trataría estos temas con la misma rigurosidad con que lo hago ahora. ¿De verdad creen ustedes que de los millones de millones de estrellas y que de millones de millones de sistemas solares existentes, somos nosotros los seres más "inteligentes"? Porque si de todo el universo nosotros somos los más inteligentes... ¡que Dios nos ayude!.

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